domingo, 8 de junio de 2008

La Cabeza

La cabeza nunca calla. Ni siquiera cuando dormidos nos lo parece. Ni siquiera cuando callados nos encontramos con el silencio. La cabeza no para, como el globo terráqueo siempre está en movimiento. No para ni siquiera cuando queremos que pare. Es extraordinaria la mente humana… ni un solo segundo sin percibir. Cansa solamente pensarlo y a la vez es una maravilla poseer una herramienta tan valiosa. Sirve para mirar y a veces ver, sirve para oír y a veces escuchar, sirve para comprender y a veces entender, sirve para pensar y a veces llegar a alguna conclusión, sirve para aprehender y a veces sentir, sirve para encontrar emociones y deseos y a veces saber qué hacer con ellos, sirve para recordar y a veces para aprender de lo vivido, sirve para recibir y aunar todos los sentidos y a veces para disfrutar de alguno, sirve para razonar y a veces para conseguir razones por las que vivir, sirve para amar y a veces conseguir ser amado, sirve para sentirse muchos y a veces para encontrarse con uno, sirve para decidir y a veces para acertar, sirve para construir y a veces para crecer, sirve para comunicar e intimar y a veces para que llegue un verdadero mensaje, sirve para viajar y a veces encontrar el lugar apropiado, sirve para ganarse la vida y a veces entender que la vida no se gana, sirve para buscar caminos y a veces para encontrar cada uno el suyo, sirve para gobernar nuestras vidas y a veces somos gobernados, sirve para poder vivir en paz con los demás y a veces lo consigue, sirve para alcanzar el bienestar y a veces lo alcanza.
La cabeza es una herramienta infinita que conocemos un poco que es mucho. De ese poco, muy pocos nos enseñan a entender cómo funciona, ni siquiera, lo importante que es entender sus movimientos para poder desarrollar de una forma sana la vida. Pareciera que se da por sabido, como si se tratase de una información de telediario. En otros tiempos ni padres ni escuelas ni gobernantes hablaban de drogas o de sexo. Con la cabeza pasa algo parecido, todo el mundo sufre las consecuencias de su desconocimiento (ansiedad, depresión, infelicidad, angustia, sufrimiento, vacío…) y muy pocos se dan cuenta de que es necesario el autoconocimiento para manejar lo mejor posible nuestra más eficiente herramienta. Curiosamente lo dicho no es nada nuevo, hace ya muchísimos siglos que otros hombres ya lo enunciaron. Tengo la impresión de que el aprendizaje humano es como un gran rompecabezas con piezas diseminadas a lo largo y ancho de espacios y tiempos. El que tiene suerte y las circunstancias le acompañan coge muchas fichas del paisaje hasta casi poder verlo ó incluso imaginarlo, otros con menos suerte cogen unas pocas fichas y consiguen ver un árbol o una figura, y otros, quizá en el peor de los casos, no tienen al alcance ni una sola ficha que coincida con otra hasta construir alguna figura legible. Estos últimos están bien jodidos. Lo peor es que son la mayoría en el mundo. Esos que no tienen ni la más mínima oportunidad. Los hay en todos los continentes, pero ya imaginarán en cuáles están -iba a decir viven- la mayor parte.
Es una gran injusticia para un ser humano que se mutile o anule su camino hacia el conocimiento. Es convertir a una persona en masa. En la historia los poderes lo han intentado siempre. Y hoy, en el siglo veintiuno, también. El éxito social como el código de valor supremo es el mejor ejemplo de nuestra propia trampa. Y aquí caemos todos sin excepción: ¿Quién no idolatra al jugador de fútbol, tenista, piloto, famoso y rico, a la estrella de cine, al famoso de fiesta en fiesta, al intelectual convertido en todo saber, al cantante que nos encanta, al artista que más nos gusta o ha hecho historia, al millonario, al poderoso…?
Quede claro que no me refiero al conocimiento intelectual -que también- sino al conocimiento de nuestro mundo interior -en su mayor parte emocional- porque es el eje que sostiene nuestro bienestar. La cabeza lo contiene todo, al menos todo lo que a nosotros nos mueve o nos paraliza, nos duele o nos da placer, nos lleva de la satisfacción a la insatisfacción, nos da sentido o vacío.
No habría pues que enseñar desde las familias, colegios, institutos y universidades a padres, profesores y alumnos cómo funcionamos por dentro. Nos enseñan historia, matemáticas, gramática y literatura, biología y geología, física y química, religión… pero no nos ayudan a conocer los sentimientos, las tendencias, las pasiones, los deseos, la razón, los pensamientos, las relaciones, el amor, el enamoramiento, los sueños, el dolor, el sufrimiento, la culpa, el placer, la satisfacción, la realidad, la fantasía…
Quizá por eso los libros de autoayuda se han convertido en los más vendidos, con cifras millonarias y traducciones a numerosos idiomas. Títulos que te venden los pasos o la pócima para alcanzar la felicidad. Algunos mienten, otros invitan a la reflexión y unos pocos ayudan a mirar un poco más allá.
Lo mismo ocurre con terapias y prácticas orientales tan de moda en los últimos años que invitan al misticismo y a la felicidad siguiendo sus prácticas: el yoga, la meditación, el taichí, el reiki, el chikung, la acupuntura, los masajes tántricos, el quiromasaje, el shiatsu… todas ellas invitan a su práctica con una promesa clara, vivir más sano, sentirse bien, vivir mejor.
¿Qué hay de verdad y de mentira en todas estas prácticas y lecturas?
No seré yo quien conteste a esta pregunta, cada uno en su experiencia tendrá la suya.
Lo sí cierto es la gran demanda de ayuda para aprender a vivir mejor, de una forma más satisfactoria. Cabría aquí una respuesta: Nos estamos olvidando de algo verdaderamente importante cuando se habla de educar.
Habrá pues que aprender para enseñar. ¿No creen?