martes, 3 de junio de 2008

Bailando entre caricias y miedos


Miguel se preguntaba cuando sintió por primera vez esa extraña sensación de alegría mientras giraba y giraba al ritmo de la música. Pero su memoria no tenía tanta precisión. Esta pregunta se la hacía cada vez que no sentía ganas de bailar: ¿Por qué a veces nos lanzamos cautivos de los ritmos y otras, no hay forma de abrazar la emoción que escoge la música para que encuentre nuestros cuerpos, hasta danzar libres disfrutando?
Aquella tarde, conmovido por notas llenas de recuerdos y en la intimidad de su casa, había conseguido sentir la música hasta que su cuerpo comenzó a moverse dispuesto a todo. Sintió un poco de miedo, el descontrol casi siempre lo produce, parecía que no era él mismo, porque algo dentro de sí que no alcanzaba a reconocer lo movía con deleite como si de una marioneta se tratara. Bailó y bailó sin parar durante horas hasta que rendido y alegre se dejó caer sobre la cama.
Al contacto con la almohada percibió la fragancia de otro cuerpo, los dos danzaron entre las sábanas la noche anterior y lloró como un niño desamparado.
Dicen que el tacto, el roce con otra piel, en los primeros homínidos fue el primer lenguaje, la primera comunicación. De ahí nació el primer sentimiento. Y a partir de ahí, a lo largo de la historia, las personas hemos ido aumentando ó disminuyendo ese lenguaje dependiendo de la moral y costumbres reinantes en cada época.
Pensó en la relación del baile con el tacto, con la propia percepción del cuerpo, como en sus movimientos cada músculo, cada articulación, cada extremidad, acariciaba a las otras partes del cuerpo generando sensaciones de disfrute profundo e íntimo como los secretos. Se imaginó haciendo el amor consigo mismo y sonrió desde el pensamiento más loco y picante. Con una cierta vergüenza vio, como tantas veces, los imaginarios ojos de los demás juzgando su cordura o su locura.
¡Cuánto daño pueden hacer esos ojos a veces reales y muchas más imaginarios! Espetó en medio del salón.
Condicionar toda una vida, cada decisión, cada pensamiento, cada duda, cada movimiento. Danzar al ritmo de las emociones: culpa, vergüenza, alegría, júbilo, tristeza, aprobación. Miedo en definitiva o valentía según el caso. Volubles en un baile, dejándote llevar a cada paso por todos esos otros ojos que en su mayor parte son uno mismo, aún así se sienten ajenos y marcan los ritmos. A veces desenfrenados, otras lentos, agudos, graves, melodías o acompañamientos… Ni siquiera la mayoría existen salvo en nuestra más profunda y enraizada imaginación. Pero ahí están, marcando cada paso, haciéndonos girar cuando en el fondo queremos estar quietos o paralizándonos cuando en verdad queremos movernos.
¿Cómo sentir que eliges con el miedo bajándote los pantalones, con los otros mirándote y siempre juzgándote?
Solo se puede ser libre cuando uno conoce muy bien a sus compañeros de baile, se dijo ensimismado.
A los pocos minutos se levantó de un salto, como una rana lanzándose a la corriente del río, fue a su escritorio, sacó una carpeta donde tenía notas y textos que archivaba como oro en paño. Buscaba uno, especialmente uno que entonaba de memoria como orando, las
palabras
se le

caían como pétalos de flores sobre la tierra. Buscó un buen rato y no lo encontró, pero entre tantas palabras quedaron entre sus manos éstas del laberinto: “Si quieres construir un barco, no empieces por buscar madera, cortar tablas o distribuir trabajo, sino que primero has de evocar en los hombres el anhelo por el mar”(Antoine de Saint-Exupéry). Pensó en la palabra evocar, le encantaba esa palabra y también el mar. Pensó: El mar siempre baila, nos trae a la memoria sonidos ancestrales y flotando en él nos acaricia el cuerpo como en un rito. Bailar en el mar y en el miedo de la noche, oscura y fría, sin luz de luna.
Todo parecía tener sentido a la luz del día, a salvo, sin miedos ni lados oscuros.
Volvió al principio y pensó en la piel, en el tacto e imaginó a hombres, mujeres y niños de hace miles de años acariciándose con la mano, con los labios, con el pecho, con las piernas. Su calor. Y dijo en voz alta: Estaban vivos, muy vivos. Pensó en la frialdad de la muerte. Calor acariciando el frío. Frío calor, frío frío, calor calor.
Volvió a dejarse caer sobre la cama, al rato se quedó dormido. Suele ocurrir cuando uno piensa y no encuentra respuestas.
Dos horas después despertó con un sueño entre los dientes: Dos cuerpos danzando entre las sábanas, brotaban emociones como notas de colores en un pentagrama. Y de cada cuerpo otros dos y así sucesivamente. Cuerpos, cuerpos y cuerpos como sombras tocándose, acariciándose desde el principio de los tiempos.
Pensó en cada cuerpo entre sus manos, también en las manos que acariciaron su cuerpo y se volvió a dormir de puro sosiego.

Quizá el Sentido

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