miércoles, 19 de octubre de 2011

Perder




Hace algunos años leí una artículo de Fernando Sabater cuyo título si no era igual se asemejaba bastante al de estas palabras. Salvando las obvias distancias me gustaría hacer una pequeña reflexión acerca de las pérdidas con las que tenemos que enfrentarnos a lo largo de nuestras vidas-que son muchas-, desde los primeros objetos infantiles, las fantasías omnipotentes de la niñez, los primeros y últimos amores, la inocencia y tantos otras emociones que irán cambiando desde lo que desaparece y aparece y volvemos a perder o no, en la confrontación del mundo interno con el mundo que otros construyeron para que nosotros lo vivamos. Todo un enorme, complejo y pesado sistema social, cultural y económico que se convierte en la circunstancia que se une a nuestro yo como la mano a una marioneta.
La identidad se construye desde la relación con la madre en la gestación, pasando por los primeros peluches que desaparecerán en nuestra memoria, la ropa, los amigos, los maestros, los juguetes, los padres, los dibujos, los hermanos, las canciones, los abuelos, la comida, los tíos, tías y primos, el clima...la población o ciudad, la lengua y el lenguaje... Todo un cúmulo de factores que evidentemente alimentan y en su interacción van construyendo todo nuestro mundo interior.
A lo largo de nuestra vida no paramos de perder, la mayoría de objetos desaparecerán, también personas de nuestro entorno, incluso familiares o amigos claves en nuestro mundo emocional. Algunas de esas pérdidas ocurren sin darnos cuenta, otras dejarán heridas que se colocarán y cicatrizarán con el tiempo, pero todas ellas permanecerán imborrables en lo más hondo de nosotros mismos. Cada una de ellas, hasta las aparentemente más nimias, habrán influido en lo que somos de una forma u otra y las colocaremos o se colocarán por sí solas en algún lugar de la gran tela de araña que es la mente. Todo estará ahí y cada una de ellas, por partes, o todas a la vez actuarán como filtros que condicionarán, y hasta en algunos casos determinarán, las emociones, los comportamientos, las decisiones e incluso nuestras enfermedades.
La palabra perder tiene connotaciones negativas, seguramente porque el dolor o el sufrimiento es o se hace parte de ella, a nadie le gusta sentirse mal, ni fracasar, ni vivir en crisis, ni sentir el vacío y la impotencia que se siente cuando se pierde a un ser querido, ni afectarse por lo social, ni sentir injusticias... ni un largo etcétera.
Nos educan para ganar, para el éxito, para la belleza modélica, para las sensaciones placenteras, para todo aquello que el hedonismo predominante y el consumo idealizan, así nuestros deseos no son del todo o nada nuestros sino los que los convencionalismos o los intereses nos hacen ver que debemos desear, sencillamente porque formamos parte de la tribu, nadie o muy pocos se quiere convertir en ovejas negras o descarriadas. El sistema educativo, social y económico nos empuja con muchísima fuerza hacia una forma plana de entender la vida: Todo aquello que no es aparentemente ganar o aparentemente placer es una mancha negra en nuestras vidas. Nada más lejos de la realidad.
Son precisamente los contrarios los que sirven como aliciente, los que nos hacen conscientes de lo que tiene valor, los que nos confronta con nuestros propios engaños y nos hace crecer, sin ellos la realidad sería a medias, de hecho no sería. ¿Cómo valorar lo que tenemos si siempre lo hemos tenido, si nada nos costó conseguirlo? ¿Cuánto querríamos la normalidad e incluso el aburrimiento y la rutina cuando una enfermedad dolorosa nos acecha? ¿Cómo valorar el amor sano cuando solo se ha experimentado el odio, la ira o la ambigüedad del amor-odio?
Perder es sano, y fracasar y no ser un modelo y los defectos y los errores y el dolor y el sufrimiento y el miedo y la inseguridad y la incertidumbre y la ambigüedad y la depresión y la ansiedad y la tristeza y la falta y el vacío... si no se convierten en crónicos o en excesos y son parte de un proceso.
Es precisamente, a mi entender, la oposición, la negación y la no aceptación lo verdaderamente insano. Cuando aprendemos a ver la vida tal y como es, ser conscientes, darnos cuenta, conocernos y conocerla, aceptarla e inferir y modificarla dentro de nuestros límites la perspectiva humana se amplía, el ojo mira y ve sin demasiados filtros que deforman. Todo cambia a mejor, la verdadera experiencia y el autoconocimiento son seguramente el camino, entre otras cosas porque no solo mejoramos cada uno individualmente sino porque somos capaces de ver a los demás desde las mismas o semejantes debilidades, la comparativa pasa de ser pura competitividad, crítica o juicio a una auténtica comprensión de lo más humano, de lo esencial, de aquello por lo que de verdad vale la pena vivir.

martes, 4 de octubre de 2011

La lluvia y la melancolía


Hoy llueve, las gotas rebotan en los charcos como pequeñas luciérnagas revoloteando. Se escuchan las fuentes seguidas y un sonido intermitente nos recuerda que todo está vivo. Nos escondemos del agua transparente. Quizá también de la claridad de la lluvia en la noche oscura. Tenemos miedo de mojarnos, de la piel que aguarda un contacto imprevisto, de los colores de la noche mojada y de encontrar una emoción perdida.
Es difícil encontrarse con los sentidos entre tanto sinsentido y recobrar el aire que renueva los adentros cuando casi todo parece ocupado en milongas vespertinas, en prisas que no se entienden, en dolor amortiguado, en causas sin techo, en palabras vacías y en imágenes que aparecen y desaparecen inmediatas sin conseguir que un solo hilo recorra el silencio, el nuestro.
Cuando no hay nada que decir, cuando uno se deja percibir, llega a uno de los pocos caminos disfrutables. Cuando el silencio es cómodo y sosegado, cuando nada y todo es necesario, cuando cada nota se escucha sin estridencias, sin peros ni ovaciones, cuando la noche, la luz, los colores, la soledad... conforman una orquesta entre los párpados cerrados y uno se sienta tranquilo dejándose ser parte de una noche cualquiera, de un día cualquiera, de una lluvia cualquiera, de un lugar cualquiera perdido entre tantos. Un mar de excesos que rinde cuentas imposibles a nuestros cuerpos cansados de tanta indolencia.

Cuando nos dejamos ser y nada perturba nuestros sentidos nos encontramos entre tantos que fuimos, cada día y cada noche, con el rostro y el cuerpo limpios de todo aquello que hace sangrar a cada uno sus heridas.
Es el Otoño que vuelve con gotas y sonidos de tormenta. Quizá todo vuelve y se va, resbalando en la melancolía hasta convertirse en un río de experiencias que desembocarán en aquel mar de excesos que nos pide cuentas. Sin saber que nada suena adentro si no hay un hueco que lo haga retumbar.
Las manos están calientes, intensas, buscando en la tierra lágrimas de agua escondidas, sin saber que esas gotas hondas germinarán en primavera, traerán flores y frutos pero antes todo quedará frío, gélido como la nieve, quieto como el hielo.
No somos iguales. La identidad se funde en un hilo maleable que nos mueve sin quererlo. Verano, otoño, invierno y primavera, cada una mueve los hilos y a cada uno de distinta manera. Semejanzas sí, pero nada es igual para todos.
Somos como marionetas movidas por las fuerzas naturales, también por fuerzas invisibles que algunos creen que somos nosotros mismos y otros el mismo Dios.
Cae una gota en la mejilla izquierda, el primer contacto es frío y excitante, resbala acomodándose a la piel que nos une al mundo de los sentidos, en segundos caen mas y cada una repite sensaciones e incluso trayectos. Comienzan a caer hojas a la tierra y todo acaba mojado. Seguramente un movimiento ajustado a la costumbre que no disiente de otro cualquiera, igual o más hermoso. Son tantos los que se quedan ocultos y pasan sin darnos cuenta, sin vivirlos.
Echo de menos casi todas las fragancias, ocultas en artificios, aparatos ruidosos y olores construidos, culturales como la superficialidad, el tener y la desidia... Me gustaba oler el agua al contacto con la tierra o la tierra al contacto del agua, las hojas de marialuisa, el arroz ayuno, los sobacos de mi abuelo, su gorra, sus pañuelos. Los abrazos con los amigos jugando, el olor a puro desde la puerta de mi casa hasta la cocina. El musgo en una roca resbaladiza, el tomate y el limón al abrirlos...  y quizá los sueños... ya no huelen a nada, o lo parece al mirar las plazas vacías, los lugares de encuentro vacíos, y los rincones llenos de olores muertos.
El otoño y la melancolía, monomanía que "hace que no encuentre quien la padece ni gusto ni diversión". ¡Cuánto miente el diccionario, no ha de haber gusto y placer en el regodeo triste de la melancolía! Diez mil momentos conozco y otros diez mil por cada persona íntima y amiga. Sí, nos hemos regocijado muchas veces en esa "vaga, profunda y sosegada tristeza" suavemente dominante y quizá tan estimulante como la sonrisa y la carcajada de un niño. Quizá a ese infante que todos tenemos dentro y que nunca nos dejó o a nuestros sobrinos, hijos, nietos o nada... solamente queridos. Lo repetiré un millón de veces " la sonrisa... la expresión del ser que se alegra de ser".
Llueve suave y me alegro. Caen la hojas y me alegro. Llega la melancolía y me alegro.
¿Acaso hay alguna ley natural o escrita que nos diga de qué debemos alegrarnos?

miércoles, 14 de septiembre de 2011



Septiembre y el tiempo. Pasó el verano y pronto llegará el otoño. Parece que vivimos entre dos aguas y constantemente en movimiento. Desde lo hecho pasando por lo que hay que hacer día a día hasta la incertidumbre del futuro. Quizá usando herramientas propias que se entremezclan dando lugar a verdaderos galimatías emocionales:  La memoria, la consciencia, las emociones y la razón. Y los contrarios que aparecen siempre como sombras y cada una tiene su leyenda aunque en el fondo no sean más que el reflejo de nosotros mismos.
Siempre me pareció curioso con que rapidez pueden los niños pasar de la risa al llanto y como los no tan niños pasamos de querernos a no querernos en cuestión de horas. Como siempre tendí a sentar cátedra le puse nombre: La teoría de la Veleta, cualquier vientecillo suave que roce el eje(lo fundamental) cambia de inmediato nuestra dirección e incluso nuestro rumbo. La primera vez que experimenté en mi persona la teoría me indigné tanto que me odié y odié a todos los seres humanos en un milisegundo. Todavía no había vivido otras, ni había leído y vivido estas palabras escritas por Rosa Montero: “Nuestra identidad, esta cosa tan frágil, no es más que una construcción, un producto de nuestra voluntad en la cual perseveramos cada día. Somos como un castillo de naipes y cualquier viento fuerte nos puede desbaratar: la muerte de un hijo, la pérdida del trabajo, una enfermedad, el simple miedo a ser, a morir, a envejecer.”
Añadiría muchas cosas, el desamor por ejemplo... y quizá haya vientos que son brisas y hacen más daño que un huracán. La intensidad de cada viento se siente en las tripas. Y ellas son las únicas que pueden calibrar la fuerza de cada viento. Me viene a la cabeza una frase que leí alguna vez en algún lugar y escrita por alguna persona que ahora mismo no recuerdo, ni quizá mañana: “No juzgues a nadie sin conocer su infierno”. Supongo que dicho de otra forma sería no interpretes la fuerza del viento en otro, ni siquiera imaginas cuánto arrastró u arrasó. Ni nosotros mismos, muchas veces, somos capaces de calibrar el alcance que tuvo en nuestro interior. Los deseos y la emociones mueven ficha mientras la razón intenta ordenar un tsunami. Difícil, no imposible, pero muy difícil.
Movimientos lineales o paralelos, siempre repitiendo lo mismo u parecido, movimientos circulares, dándole vueltas y más vueltas para llegar al mismo sitio. Quizá lo más difícil no sea encontrar las respuestas acertadas sino hacerse bien las preguntas. Por eso, la razón llena de sentimientos, emociones, deseos y contradicciones necesita tiempo y ayuda para entender y ordenar, lo bueno o lo peor-no lo tengo muy claro-es que a veces una vida no da para tanto. Y eso duele, duele de dolor, de intenso y absurdo dolor, buscando y sin encontrar sentido.
¿Quién no se ha roto un tacón para bailar una música que consiga hacer mover alegremente a un corazón cuadrado que no es más que un corazón partido, quizá roto?
Los corazones cuadrados se esculpen desde la razón pero no por ella, sino por el miedo, quizá el pánico. Me viene a la cabeza el título de un libro, “El tiempo, ese gran escultor”, me quedo conforme creyendo que el mayor escultor del mundo es el miedo en exceso sin quitar ningún mérito al tiempo, faltaría más.
En el amor y en la guerra no vale todo(no sé de donde me han venido estas palabras pero me suenan). Ni existen reglas sobre lo sentido y menos aún en el mundo emocional que además tiene su epicentro en lo más hondo del inconsciente.
El corazón se cuadra a base de golpes, fuertes golpes que conforman un carácter y en muchos casos determinan una actitud y mayoritariamente sin darnos cuenta.
El miedo natural es sano, nos protege. Si no tuviésemos miedo a quemarnos meteríamos la mano en el fuego, si no tuviéramos miedo al dolor saltaríamos desde lugares de alto riesgo, si no tuviésemos miedo a la muerte no tendríamos capacidad para valorar la vida. Pero si el miedo se apodera de nuestra vida, nos paraliza, nos determina, nos envilece... y trastorna la realidad haciéndola irrespirable, el día a día se hace insoportable y nos instalamos en la crisis como parece que se estila ahora. Me pregunto por qué.
Tenemos miedo, pero no lo neguemos y mirémoslo de frente. Ante unos ojos ávidos de vida, corre asustado... exactamente hacia su lugar.

martes, 30 de agosto de 2011

Dormido o Durmiendo


En estas fechas muchos estamos de vacaciones. Bueno, quizá no tantos si ampliamos miras y perspectivas... Estoy escuchando la música de fondo de los chiringuitos, la calle que grita como las personas, veo las luces de colores que invitan a la alegría o se asocian a ella. Recuerdo los locales de Pascua que los decorábamos con lusesicas tenues quizá para invitar al encuentro de los cuerpos tan hormonados. Quizá una realidad virtual que se ajusta a una imagen preconcebida de la diversión. Todo en lo humano contiene una gran dosis de fantasía. Y menos mal, porque sin ella estaríamos acabados.

Lo que hecho de menos es la imaginación, la innovación y la creatividad. Parece ser que las tradiciones marcan nuestros ritmos, marcan nuestra seguridad y quizá de algún modo que comprendo pero no comparto nuestra identidad. Las fiestas se pueden cambiar, es más se deben cambiar, a mejor claro, porque el ingrediente esencial para la diversión y la alegría es la sorpresa. Hace ya muchos años que nadie nos sorprende salvo en contadas ocasiones, seguramente porque no deberíamos dejar que los demás construyan nuestras vidas y menos aún nuestra diversión. Son demasiado importantes.

Escuchaba hace unos días a los que quieren dormir y no les dejan y a los que quieren ir de fiesta y no les dejan no dormir. Curioso al menos. Parece que es privilegio de lo más jóvenes no dormir y hacerlo de día disfrutando la noche y de los más mayores no dormir ni disfrutar la noche... Y no tengo claro si pueden o quieren dormir por el día.

Siempre que me encuentro ante estas tesituras recuerdo la historia de Salomón. Cómo ser justo con los intereses y derechos de todos. Y claro, partir al niño por la mitad parece que nunca se ha considerado la mejor decisión. La pregunta del millón es si esto tiene solución o parece que con las tradiciones tenemos que mantener vivas también las polémicas y la competitividad. Resulta evidente que esto último es un mal endémico del cual no sabemos escapar o al menos ningún responsable político se atreve a asegurar la diversión de los más jóvenes y el descanso de lo más mayores. Los del medio nos apañamos bien de momento porque todavía vivimos entre dos aguas, entre el mar y el río que nos arrastra inevitablemente a la apatía asignada a los mayores. Nunca he estado de acuerdo, aún entendiendo las limitaciones físicas y de responsabilidades propias de la edad. ¿Por qué las personas de medianas a mayores no construyen sus propias franjas de ocio? ¿Y cuando lo hacen son montajes auténticamente horteras?

Cabe preguntarse si reflexionar acerca del ocio tiene sentido o sí lo importante es dormir fenomenal como en el anuncio, seguramente también por qué la fiesta y la diversión se asocia a las drogas(alcohol principalmente, coca, pastillas y porros) y a acostarse cada vez más tarde y más pasado de vueltas. De hecho lo genial es acostarse de día y al día siguiente comentar lo estupendos que somos reventando nuestros cuerpos. Así en frío suena de inmediato a una grado de estupidez enorme pero si tantas generaciones llevamos haciéndolo digo yo que algún sentido tendrá.

Me pregunto si cuando dormimos estamos durmiendo y si cuando estamos despiertos estamos dormidos. Intuyo que sí.

La evasión y el ser humano van de la mano desde el tiempo de los tiempos, desde siempre vamos juntos. Millones de leyes se han creado en el mundo para regular las partes más auto-destructivas de las personas y ninguna a conseguido eliminar aquello que Freud llamó pulsión muerte en oposición a la pulsión vida, es decir la tendencia que tenemos a todo aquello que huye del espíritu de conservación tan claro en los animales, es decir, todo aquello que no es bueno para nosotros y aún sabiéndolo o no lo hacemos pese a que nos duele o es insano.

Son las dos y diecisiete de la madrugada y siguen sonando la música y las calles, también siguen encendidas la luces de colores. Mientras tanto, aunque no parezca y todo esté maquillado, hay dolor por todas partes, especialmente en todas aquellas personas que la salud les está jugando una malísima pasada. Pienso en ellos, incluso los miro y me doy cuenta de que algo falla, algo nos hemos perdido entre tanta mentira. Seguramente "sufrir también es vivir" como dijo el poeta.

Llevo muchos años intentando entender la diferencia de significados entre dormido y durmiendo, sobre todo desde que me informaron de la anécdota de Cela. Después surgió la de jodido o jodiendo, esa parecía más obvia. Quizá llegamos al final entendiéndonos unos a otros. Probablemente todo se trate de esto de estar jodido o jodiendo. Tengo la impresión de que hay mas gente jodida que jodiendo, seguramente por eso responder al por qué unos quieren dormir de día y otros descansar de noche tenga una respuesta sencilla que no podemos preguntar a nosotros mismos: ¿Soy de los que está jodido o de los que están jodiendo? La respuesta no es fácil o sí....


lunes, 25 de agosto de 2008

Los Perros de Paulov

Adán imaginó su vida, la soñó y luego intentó durante muchos años, todos, cumplir sus sueños. Los filósofos griegos tenían un sentido muy peculiar de sentir la palabra cumplir. La percibían como un proceso individual, claramente moral, incluía el fin al que había que tender, la obra terminada, completada como un deber. Mucho más tarde, aunque muy influidos por éstos, otros filósofos, hablaron del ser y del deber ser. Estoy convencido de que este último ha hecho estragos en la historia. Un buen ejemplo es la honra en el Medievo. Y quizá en España, hace treinta o cuarenta años atrás, conceptos morales muy parecidos y enrarecidos.
Adán no sabía nada de esto. Ni siquiera se daba cuenta de andar repitiendo muchos de los cánones antiquísimos en la historia de la humanidad. Todavía menos que parte de lo que sentía provenía de tiempos muy lejanos. Quizá lo hermoso y lo complejo de ser humano: Conectados por raíces tan profundas como las de los propios árboles.
Alguien pensó, una noche de verano, en el diálogo entre los tiempos: pasado, presente y futuro. Lo que ya ha ocurrido, lo que ocurre y lo que se supone que ocurrirá. Cada tiempo se resbala entre las manos y desaparece como una pompa de jabón. Existen, se llenan de aire real e inmediatamente desaparecen ante nuestros ojos. Queda la raíz, queda la memoria, el recuerdo grabado en tierra fértil, en tierra viva. Dar vida, nacer, tiene que conectarse con seguridad con ésta idea de género.
Adán lo intuía. Lo respiraba en la mente, ideas convertidas en oxígeno. Cada movimiento, cada oración, cada caricia… se entrelazaba en los tiempos y a la vez, generando una nebulosa descendente ayudada por fuerzas invisibles como la gravedad. Cuesta pensar con claridad entre pensamientos atemporales. Imaginen los recuerdos de los tres años, mezclados con los ocho, dieciséis, veinticuatro, treinta y cinco, cuarenta y dos, cincuenta y tres… ochenta, noventa y. Todo lo percibido dentro de una esfera de carne debajo del cabello ó del sombrero. No cabe todo en la consciencia. Ni siquiera es inteligible a la vez. Cosas de la naturaleza y sus límites.
Le confesé a Adán que desde hace sesenta y nueve semanas trato, desde estas páginas, de contarles historias distintas pero sin querer o queriendo, siempre tengo la sensación de hablarles de lo mismo. Con distintas historias, personajes, oraciones, circunstancias y, como no, limitaciones. Todo se mueve, deprisa, lento, pero se mueve. El tema no. Siempre es el mismo aunque parezca distinto. Ronronea en el ánimo hasta atraerte mediante una fuerza oculta. Quieres decir algo nuevo y siempre dices lo mismo. (O nunca, según se mire).
Adán pensó en lo que nos mueve. En los porqués. Sabía que merece la pena hacerse preguntas hasta encontrar alguna respuesta. Intentó acordarse, y a la vez, de todas las personas que conocía y sus diferentes motivos. No sirvió de nada, a lo sumo consiguió centrarse en ocho ó diez. Ni con esos pocos parecía acercarse a alguna certeza. No se alcanza a conocer del todo los motivos propios, poco hay que decir sobre los ajenos. Nada sabemos en términos absolutos. (Ni ganas. Menuda responsabilidad).
Pensar en un ser omnisciente y omnipotente asusta, agobia hasta los límites de la cordura. Sería fácil cumplir así, sabiéndolo todo, pudiéndolo todo. Maravilloso concepto negado esencialmente a las personas. No lo sabemos todo, no lo podemos todo. Aún así sentimos, parcialmente, potenciales infinitos: ¿Cómo individuos ó como género?. ¿Cuáles son lo límites de la imaginación o dónde termina la capacidad de sentir… por ejemplo?
Pasado, presente y futuro. Cada año en Agosto, en las Fiestas de su pueblo, se reencontraba con toda su historia y con muchos de las personas y lugares que protagonizaron todo lo ocurrido hasta hoy. No está, pero está. Parece invisible, pero no lo es.
Cada nueva sensación compartida con las viejas, cada palabra nueva acompañada de un eco de palabras ya dichas. Cada nuevo paseo, conviviendo con cientos de paseos recorridos en el pasado por los mismos lugares. Cada persona conocida mirándole con la visión cegadora de hechos ocurridos atrás, sin llegar a verle del todo. Cada sueño no cumplido… la mejor arma para la flagelación.
Adán imaginó su vida y cumplió. Creía que lo más difícil ya estaba hecho. Pero no, quizá porque lo más complejo no es soñar una vida sino construir una vida real, día a día, y además suficientemente satisfactoria. Como los perros de Paulov, al tocar la campanilla, y sin comer, comenzó la digestión.
Intuía que siempre se está uno comparando con los modelos, respirando un aire lleno de tiempos, bebiendo las lágrimas de cielos grises, calentándose con rayos de sol en cielos azules como el mar… En cielos, en mares, en tierras con aires distintos que también son los mismos.
Siempre se está comenzando… aunque parezca que no. Aunque uno sienta que todo está terminado. Porque lo que suena en las personas no es una campanilla, es el pasado llenando todo lo que fuimos hasta lo que somos hoy. Lo extraordinario es que con tantos personajes no se desvanezca la identidad.
Adán lo sabía, por eso pensaba que alguien… inventó el pecado.

domingo, 17 de agosto de 2008

"Nada hay en el entendimiento que antes no haya sido en los sentidos"

Una vez me contaron que se subió al coche cargó el cartucho con seis cedés y no paró hasta que terminó el último. No trazó ruta previa alguna. Solamente buscó una arteria amplia por donde salir y la siguió hasta que la última canción del sexto cedé dejó de sonar. Carretera y música: “Así construyo los momentos”, decía.
La mayoría de personas del grupo que nos acompañaban, al oír aquella historia y otras parecidas que nos contaron, señalaban a aquel tipo, sin temor aparente a equivocarse, como un completo loco. La verdad es que no he tenido nunca muy claros los límites entre la cordura y la locura en este sentido.
Me llamó especialmente la atención lo de “construyo los momentos”. Me pareció una actitud muy cuerda. Querer construir, crear los momentos que vas a vivir, inferir en la realidad hasta conseguir en la interacción algo nuevo, ocurrente, supongo que nuevas experiencias con las que llenarse. Utilizar la imaginación y todas las herramientas a nuestro alcance para construir la vida que deseamos. Pensé: Sobre todo en lo que necesitamos. Son muchas las veces que deseamos lo que no necesitamos y también demasiadas las que parece que necesitemos lo que deseamos como única condición para estar bien. Los deseos pueden ser muy peligrosos y pueden causarnos muchas desdichas. Supongo que sucede cuando hay excesos de carga… especialmente en la fantasía. Digamos… como una ensalada con demasiado vinagre.
Oyendo los comentarios de aquellas personas me vinieron un par de frases a la cabeza recordadas con cierta imprecisión: “Cuidado con lo que deseas, puede convertirse en realidad” y “… si te dejas llevar tan solo por lo que sientes o deseas acabarás al borde de un precipicio”.
En la conversación hablaban y hablaban de aquel tipo sin medida alguna-recordé las palabras de Lázaro y su hermano negrito de la semana pasada-, olvidaban mirarse al espejo (así mismos). Estoy seguro que hubiesen visto la otra cara del exceso: el defecto.
Recordé en las clases de religión aquello de pecar solo con el pensamiento. Y esta idea me trajo otra: La responsabilidad por la acción parece estar muy clara, no tanto ó nada, por omisión. Hay personas que se atreven a equivocarse y otras no. Nada malo hay ni en unas ni en otras. Lo curioso es que se juzga severamente y más a las personas por acción y no por dejación. Tan responsable es el padre que agrede violentamente a sus hijos como la madre que no hace nada por remediarlo ó al revés.
Si uno quiere ser el protagonista de su vida- y me temo que estamos obligados todos- tiene que asumir un mínimo de acciones. Y esas acciones vendrán motivadas por deseos, sentimientos, emociones, razones… que tendremos que saber analizar hasta conocer su naturaleza si queremos en verdad entenderlas, ordenarlas y comprender su influencia en nuestras vidas. No quiero olvidar la gran influencia de todo el ámbito social.
Lo importante no es equivocarse o acertar. Lo importante es no vaciarse y llenarse de amor propio en cada vaivén. Para ello creo, cada uno debe encontrar sentido a su camino, darse cuenta, tenerlo presente para aprender. Probablemente lo aprendido se convierta así en un fin en si mismo, y el fracaso o el éxito en simples partes de la realidad con las que inexorablemente tenemos que lidiar.
En la realidad existen imponderables, también imprevistos, casualidades, accidentes. Sorpresas que nos dejan un sinfín de sabores de boca con los que hay que respirar. Nadie tiene la vida ideal y nadie consigue que todo le salga exactamente como preveía. Quizá por eso, en una sociedad cada vez más bobalicona, cursi, hortera, homogénea, y hasta límites preocupantes, es cada vez más necesaria una educación basada en las emociones y en los equipos multidisciplinares. No solo hay que enseñar asignaturas, hay que enseñar qué somos y cómo funcionamos. No solo hay que enseñar a los alumnos, también los padres y los profesores necesitan aprender todo lo que esencialmente desconocen para poder educar.
Es increíble como en el S.XXI se hable de inglés y competitividad, de informática, de religión, y de la nueva asignatura para crear ciudadanos y no se diga ni una palabra de cómo enfrentarse a los cambios, a las pérdidas, a la violencia, a los dolores y sufrimientos, a padres que se odian, a profesores que no tienen vocación o se le frustra día a día, al desamor, a la soledad, a la ansiedad, a la depresión o al desánimo…. y….
Lo curioso es que machacamos al que se sale un poco de lo “normal”. Supongo que nos asusta que pongan en entredicho nuestra fantasiosa seguridad. Es muy difícil desaprender lo mal aprendido. Pero se puede. Lo realmente alarmante es que nos creemos grandes falsedades como si de una verdad inmutable se tratase.
Bienvenido todo lo creativo. Bienvenida la imaginación. Bienvenida la olvidada salud mental. ¡Qué viva el Prozac y el Trankimazín!
Me vienen a la cabeza dos frases de nuevo y con reconocida imprecisión: Una de Kierkegaard: En ninguna época se ha sabido tantas cosas sobre el ser humano y tan poco qué es el hombre y la otra de Borges: Llevo más de cuarenta años siendo profesor y he llegado a la conclusión de que es imposible enseñar. Solo se puede transmitir el amor que uno siente por ese algo.
Ahora, en vacaciones, unas excelentes frases para la reflexión. Espero.

Lázaro... se levantó y andó

El primer chapuzón del verano. Las ansiadas vacaciones. Días de asueto, silenciosos y sosegados. Sensaciones de libertad. Fantasías. Horizontes lejanos realmente cercanos.
Quedan dos días para que comiencen… pasan lentos y se tiene prisa. ¡Todo el año esperando… y qué año!
Sube al barco. Lo imaginado ha cambiado y el barco también. Todavía no lo sabe pero por ajustes económicos se ha sustituido una ruta por otra. Ahora cuesta una hora más. El precio también es más largo. Todavía no sabe que van a ser dos horas y además con todo el pasaje de vomitera. La clase Club-nunca he entendido esa palabreja- ni comparación con la de los no se cuántos años antes contando el pasado. La cosa no empieza bien. De momento nada se ajusta a lo esperado y por qué no decirlo tampoco a lo contratado.
Nos sentimos seguros repitiendo, si nada cambia, pero a cada momento las cosas están moviéndose. Quizá a un ritmo que no apreciamos en el presente. Con seguridad lo percibiremos en el futuro y con más seguridad al cruzar los datos en la memoria.
Puede que tenga que ver con algo que leí ayer en Cala Carbó al atardecer, tumbado en una hamaca con colchoneta al borde del mar. Las sensaciones se parecían mucho a la felicidad. No se porqué a última hora, decidí traer- para volver a leer- a Lázaro de Tormes. Fue seguramente una intuición. La inteligencia del inconsciente. De pronto, en ese entorno, les recuerdo, encontró o encuentro estas geniales palabras:
“… mi madre vino a darme un negrito muy bonito, el cual yo brincaba y ayudaba a calentar. Y acuérdome que estando el negro de mi padrastro trebajando con el mozuelo, como el niño vía a mi madre y a mi blancos y a él no, huía de él, con miedo, para mi madre, y señalando con el dedo decía: “¡Madre, coco!”. Respondió el riendo: “¡Hideputa!”.
Yo, aunque bien mochacho, noté aquella palabra de mi hermanito y dije entre mí:
“¡Cuántos debe de haber en el mundo que huyen de otros porque no se ven a sí mesmos!”.
“Quedame” estupefacto conforme iba leyendo. Sobre todo, pensando que el libro se publicó a finales del S. XVI.
No quieran que a estas horas les explique el paralelismo entre las vacaciones y ésta historia. De eso, estoy seguro, ya se encargará su mente peliaguda. Reconózcame, al menos, que tiene su cosa.
Entonces recordé que solo se vive una vez. Y algunos dicen que se hace corta…

Al llegar, le esperaba en el hotel un buen amigo y muchos recuerdos de tantos años de rituales contrastados: nuevo barco, nuevo hotel, nuevo amigo, vieja maleta llena de viejos recuerdos y nuevas circunstancias. Todo va cambiando mientras respiramos… sin darnos cuenta.
Estupenda cena en la Brasa y muy grata sesión de música en directo en el Teatro Pereyra. No hay cambios en el disfrute aunque el único músico que repite es la batería. Dos saxos- tenor y alto (también voz)-, voz y guitarra acústica, guitarra eléctrica, teclados y piano. Consiguen que se mueva el cuerpo a sus ritmos.
Me cuenta Núnú que está enamorada. No me sorprendo, sus ojos, sus sonrisas y sus movimientos la delatan. Es muy hermoso conocer lo desconocido, sobre todo cuando no conoces casi nada de alguien que conoces hace algunos años. Gusta ser reconocido, cuando uno vuelve cada año, aunque como Ulises nunca llegues del todo. Se agradece lo humano entre tanta decadencia. Gracias Núnú.
Seguramente todos esperamos unas vacaciones permanentes que nunca llegan. Quizá creemos que podrían existir. Pero como dijo alguien muy listo: “Nada puede existir sin su contrario”. No se pueden disfrutar de las vacaciones si no se trabaja en todo el año.
Vuelvo a preguntarme por qué desde hace muchos años repito este viaje, con algunos intervalos, necesarios supongo.
Cada año vuelven los mismos sentimientos pero siempre hay algo distinto que genera nuevas emociones. Creo que por eso vuelvo. Es quizá la magia de esta isla. O la mía…
¡Lázaro: Levántate y anda!
Y anduvo sobre las olas, sobre la arena, sobre las piedras, sobre las notas, los cubatas, sobre los barcos, sobre los vómitos, sobre las risas, el sol y la luna.
Sobre todo aquello que se necesita o se cree necesitar.
El mundo lo mueven las emociones y las emociones siempre encuentran un motivo: ¡Anda y busca el tuyo!
Salud

lunes, 4 de agosto de 2008

Más loco que una cabra

Siempre, desde muy niña, había sentido una atracción especial por la gente rara. Tuvimos muchas conversaciones sobre éste asunto a lo largo de los veintiséis años que habían pasado desde que nos conocimos. Yo le preguntaba: ¿Qué es ser raro para ti? Y ella casi siempre me contestaba con una sonrisa cómplice, muy cómplice. Una vez hasta saqué el diccionario y le leí la definición: “Extraordinario, poco común o frecuente.” Ella reía y reía como si de un chiste se tratara. Le pregunté-un poco molesto-si le atraía la gente diferente. Ella seguía sin contestarme. Lo más cerca que conseguí estar de una respuesta fue ese día. Me dijo algo así como: Sí, eso… con… algo más… Parecía que no alcanzaran las palabras para definir lo que sentía.
Cada año, dos o tres veces, volvíamos a retomar el tema. Se trataba de ahondar hasta encontrar las palabras precisas.
Hablamos muchas veces del valor del conocimiento, de la influencia que tenía en cada uno de nosotros la aprobación de los demás, de la intensidad de los condicionamientos provenientes de la familia y los entornos más cercanos. Y los menos.
Todo nos llevaba a la autoestima, a la perspectiva de la propia mirada ante: las ilusiones, la debilidad, la frustración, el dinero, el éxito, el fracaso, la decrepitud o la muerte…
Hablábamos del mestizaje, eliminado las conclusiones puras. Decíamos todo es compuesto y quizá por ello complejo. Nos daba miedo tanta complejidad y nos emborrachábamos hasta que todo quedaba vacío de nuevo. La desinhibición y el dolor de la resaca se encargaban de conseguirlo. En los momentos previos la sensación era la de no saber nada, absolutamente nada, y la emoción, estar perdidos, completamente perdidos ante todo lo que sucedía por dentro y por fuera.
Todo el cuerpo se tensaba, se respiraba con una leve dificultad y no existía un horizonte claro, la niebla lo inundaba todo más allá de una expiración. El miedo, digo mejor, el pánico, recorría los órganos más sensibles y todas las emociones que se conectaban con la pulsión vida quedan aletargadas o desaparecían. Así me lo explicó durante años. Yo me quedaba ensimismado, enganchado en una profunda reflexión. La sentía infinita como ella. De alguna manera teníamos que cortarla. Una vez, recuerdo, corrimos y corrimos hasta quedarnos sin respiración. En aquel tiempo podíamos hacer cualquier cosa siempre que consiguiéramos cambiar ese sabor a nada que invadía dos mentes llenas de todo. Hasta cosas que no les puedo ó no le quiero contar.
En unos de esos momentos ebrios me confesó un secreto. Algo que nunca había contado a nadie. Entonces no le di importancia. Son demasiadas las veces que no sabemos escuchar o ver o entender, comprender o aprehender. Captar la sensibilidad ajena es como querer cazar mariposas con las manos. Quedarse quieto y contemplar- escuchar es la mejor o quizá la única técnica eficiente.
Hace poco menos de un año todo explotó. Reventó el muro de contención de la presa y un gran desbordamiento de vísceras y fluidos recorrió ese mundo construido por los dos a lo largo de los años. De pronto y de una forma brutal fue cómo si uno y quizá el otro, por primera vez, pudiéramos ver la realidad sin un ápice de fantasía. Como si las palabras que no alcanzaban nunca a describir lo sentido súbitamente aparecieran con precisión matemática. Con tal impresión sobre el alma- si la tuvimos- que dejaría corta la incisión de un carnicero en la yugular del animal hasta completar todo el proceso hasta ser descuartizado.
Una locura, la vida a veces es una gran locura, incomprensible e imprevisible. O imprevisible y por lo tanto incomprensible.
Fue la última vez que nos comunicamos con palabras. La última vez que conseguimos de nuevo no poder escuchar y no poder comprender. La última borrachera.
A la mañana siguiente, y a la otra y a la otra y a la otra… y… El intenso dolor de la resaca nos devolvió otra vez al sosiego de la nada. No vaciamos como siempre. Pero esta vez para llenarnos algo de nuevo y no de lo mismo. Algo en lo más profundo de la niebla cambió, quizá un pasillo de luz hacia una nuevo camino.
No vayan a pensar que hablo desde la fantasía, sino desde la realidad del aprendizaje, desde la verdadera experiencia: Crecer: la capacidad de cambiar lo que parecía imposible. Tantas cosas posibles que aprendemos a vivirlas como imposibles.
Durante todos esos años nos sentimos gente rara y nos atraían- a mí también- las personas que por una cosa u otra pertenecían a la misma especie. Entonces no sabíamos que no hay especies (puede que hoy tampoco).
Buscábamos la diferencia para alimentar el amor propio, o mejor, el odio propio. Probablemente porque nunca fuimos los que quisimos ser, tampoco fuimos los que querían(o imaginábamos que querían) que fuéramos, ni lo seremos nunca. Quizá por la imposibilidad humana de alcanzar el ideal y no querer darnos cuenta de tan sencilla verdad.
Locos como una cabra. Todavía hoy tiene una gran importancia…
Respirar el aire de los sueños.