lunes, 25 de agosto de 2008

Los Perros de Paulov

Adán imaginó su vida, la soñó y luego intentó durante muchos años, todos, cumplir sus sueños. Los filósofos griegos tenían un sentido muy peculiar de sentir la palabra cumplir. La percibían como un proceso individual, claramente moral, incluía el fin al que había que tender, la obra terminada, completada como un deber. Mucho más tarde, aunque muy influidos por éstos, otros filósofos, hablaron del ser y del deber ser. Estoy convencido de que este último ha hecho estragos en la historia. Un buen ejemplo es la honra en el Medievo. Y quizá en España, hace treinta o cuarenta años atrás, conceptos morales muy parecidos y enrarecidos.
Adán no sabía nada de esto. Ni siquiera se daba cuenta de andar repitiendo muchos de los cánones antiquísimos en la historia de la humanidad. Todavía menos que parte de lo que sentía provenía de tiempos muy lejanos. Quizá lo hermoso y lo complejo de ser humano: Conectados por raíces tan profundas como las de los propios árboles.
Alguien pensó, una noche de verano, en el diálogo entre los tiempos: pasado, presente y futuro. Lo que ya ha ocurrido, lo que ocurre y lo que se supone que ocurrirá. Cada tiempo se resbala entre las manos y desaparece como una pompa de jabón. Existen, se llenan de aire real e inmediatamente desaparecen ante nuestros ojos. Queda la raíz, queda la memoria, el recuerdo grabado en tierra fértil, en tierra viva. Dar vida, nacer, tiene que conectarse con seguridad con ésta idea de género.
Adán lo intuía. Lo respiraba en la mente, ideas convertidas en oxígeno. Cada movimiento, cada oración, cada caricia… se entrelazaba en los tiempos y a la vez, generando una nebulosa descendente ayudada por fuerzas invisibles como la gravedad. Cuesta pensar con claridad entre pensamientos atemporales. Imaginen los recuerdos de los tres años, mezclados con los ocho, dieciséis, veinticuatro, treinta y cinco, cuarenta y dos, cincuenta y tres… ochenta, noventa y. Todo lo percibido dentro de una esfera de carne debajo del cabello ó del sombrero. No cabe todo en la consciencia. Ni siquiera es inteligible a la vez. Cosas de la naturaleza y sus límites.
Le confesé a Adán que desde hace sesenta y nueve semanas trato, desde estas páginas, de contarles historias distintas pero sin querer o queriendo, siempre tengo la sensación de hablarles de lo mismo. Con distintas historias, personajes, oraciones, circunstancias y, como no, limitaciones. Todo se mueve, deprisa, lento, pero se mueve. El tema no. Siempre es el mismo aunque parezca distinto. Ronronea en el ánimo hasta atraerte mediante una fuerza oculta. Quieres decir algo nuevo y siempre dices lo mismo. (O nunca, según se mire).
Adán pensó en lo que nos mueve. En los porqués. Sabía que merece la pena hacerse preguntas hasta encontrar alguna respuesta. Intentó acordarse, y a la vez, de todas las personas que conocía y sus diferentes motivos. No sirvió de nada, a lo sumo consiguió centrarse en ocho ó diez. Ni con esos pocos parecía acercarse a alguna certeza. No se alcanza a conocer del todo los motivos propios, poco hay que decir sobre los ajenos. Nada sabemos en términos absolutos. (Ni ganas. Menuda responsabilidad).
Pensar en un ser omnisciente y omnipotente asusta, agobia hasta los límites de la cordura. Sería fácil cumplir así, sabiéndolo todo, pudiéndolo todo. Maravilloso concepto negado esencialmente a las personas. No lo sabemos todo, no lo podemos todo. Aún así sentimos, parcialmente, potenciales infinitos: ¿Cómo individuos ó como género?. ¿Cuáles son lo límites de la imaginación o dónde termina la capacidad de sentir… por ejemplo?
Pasado, presente y futuro. Cada año en Agosto, en las Fiestas de su pueblo, se reencontraba con toda su historia y con muchos de las personas y lugares que protagonizaron todo lo ocurrido hasta hoy. No está, pero está. Parece invisible, pero no lo es.
Cada nueva sensación compartida con las viejas, cada palabra nueva acompañada de un eco de palabras ya dichas. Cada nuevo paseo, conviviendo con cientos de paseos recorridos en el pasado por los mismos lugares. Cada persona conocida mirándole con la visión cegadora de hechos ocurridos atrás, sin llegar a verle del todo. Cada sueño no cumplido… la mejor arma para la flagelación.
Adán imaginó su vida y cumplió. Creía que lo más difícil ya estaba hecho. Pero no, quizá porque lo más complejo no es soñar una vida sino construir una vida real, día a día, y además suficientemente satisfactoria. Como los perros de Paulov, al tocar la campanilla, y sin comer, comenzó la digestión.
Intuía que siempre se está uno comparando con los modelos, respirando un aire lleno de tiempos, bebiendo las lágrimas de cielos grises, calentándose con rayos de sol en cielos azules como el mar… En cielos, en mares, en tierras con aires distintos que también son los mismos.
Siempre se está comenzando… aunque parezca que no. Aunque uno sienta que todo está terminado. Porque lo que suena en las personas no es una campanilla, es el pasado llenando todo lo que fuimos hasta lo que somos hoy. Lo extraordinario es que con tantos personajes no se desvanezca la identidad.
Adán lo sabía, por eso pensaba que alguien… inventó el pecado.

domingo, 17 de agosto de 2008

"Nada hay en el entendimiento que antes no haya sido en los sentidos"

Una vez me contaron que se subió al coche cargó el cartucho con seis cedés y no paró hasta que terminó el último. No trazó ruta previa alguna. Solamente buscó una arteria amplia por donde salir y la siguió hasta que la última canción del sexto cedé dejó de sonar. Carretera y música: “Así construyo los momentos”, decía.
La mayoría de personas del grupo que nos acompañaban, al oír aquella historia y otras parecidas que nos contaron, señalaban a aquel tipo, sin temor aparente a equivocarse, como un completo loco. La verdad es que no he tenido nunca muy claros los límites entre la cordura y la locura en este sentido.
Me llamó especialmente la atención lo de “construyo los momentos”. Me pareció una actitud muy cuerda. Querer construir, crear los momentos que vas a vivir, inferir en la realidad hasta conseguir en la interacción algo nuevo, ocurrente, supongo que nuevas experiencias con las que llenarse. Utilizar la imaginación y todas las herramientas a nuestro alcance para construir la vida que deseamos. Pensé: Sobre todo en lo que necesitamos. Son muchas las veces que deseamos lo que no necesitamos y también demasiadas las que parece que necesitemos lo que deseamos como única condición para estar bien. Los deseos pueden ser muy peligrosos y pueden causarnos muchas desdichas. Supongo que sucede cuando hay excesos de carga… especialmente en la fantasía. Digamos… como una ensalada con demasiado vinagre.
Oyendo los comentarios de aquellas personas me vinieron un par de frases a la cabeza recordadas con cierta imprecisión: “Cuidado con lo que deseas, puede convertirse en realidad” y “… si te dejas llevar tan solo por lo que sientes o deseas acabarás al borde de un precipicio”.
En la conversación hablaban y hablaban de aquel tipo sin medida alguna-recordé las palabras de Lázaro y su hermano negrito de la semana pasada-, olvidaban mirarse al espejo (así mismos). Estoy seguro que hubiesen visto la otra cara del exceso: el defecto.
Recordé en las clases de religión aquello de pecar solo con el pensamiento. Y esta idea me trajo otra: La responsabilidad por la acción parece estar muy clara, no tanto ó nada, por omisión. Hay personas que se atreven a equivocarse y otras no. Nada malo hay ni en unas ni en otras. Lo curioso es que se juzga severamente y más a las personas por acción y no por dejación. Tan responsable es el padre que agrede violentamente a sus hijos como la madre que no hace nada por remediarlo ó al revés.
Si uno quiere ser el protagonista de su vida- y me temo que estamos obligados todos- tiene que asumir un mínimo de acciones. Y esas acciones vendrán motivadas por deseos, sentimientos, emociones, razones… que tendremos que saber analizar hasta conocer su naturaleza si queremos en verdad entenderlas, ordenarlas y comprender su influencia en nuestras vidas. No quiero olvidar la gran influencia de todo el ámbito social.
Lo importante no es equivocarse o acertar. Lo importante es no vaciarse y llenarse de amor propio en cada vaivén. Para ello creo, cada uno debe encontrar sentido a su camino, darse cuenta, tenerlo presente para aprender. Probablemente lo aprendido se convierta así en un fin en si mismo, y el fracaso o el éxito en simples partes de la realidad con las que inexorablemente tenemos que lidiar.
En la realidad existen imponderables, también imprevistos, casualidades, accidentes. Sorpresas que nos dejan un sinfín de sabores de boca con los que hay que respirar. Nadie tiene la vida ideal y nadie consigue que todo le salga exactamente como preveía. Quizá por eso, en una sociedad cada vez más bobalicona, cursi, hortera, homogénea, y hasta límites preocupantes, es cada vez más necesaria una educación basada en las emociones y en los equipos multidisciplinares. No solo hay que enseñar asignaturas, hay que enseñar qué somos y cómo funcionamos. No solo hay que enseñar a los alumnos, también los padres y los profesores necesitan aprender todo lo que esencialmente desconocen para poder educar.
Es increíble como en el S.XXI se hable de inglés y competitividad, de informática, de religión, y de la nueva asignatura para crear ciudadanos y no se diga ni una palabra de cómo enfrentarse a los cambios, a las pérdidas, a la violencia, a los dolores y sufrimientos, a padres que se odian, a profesores que no tienen vocación o se le frustra día a día, al desamor, a la soledad, a la ansiedad, a la depresión o al desánimo…. y….
Lo curioso es que machacamos al que se sale un poco de lo “normal”. Supongo que nos asusta que pongan en entredicho nuestra fantasiosa seguridad. Es muy difícil desaprender lo mal aprendido. Pero se puede. Lo realmente alarmante es que nos creemos grandes falsedades como si de una verdad inmutable se tratase.
Bienvenido todo lo creativo. Bienvenida la imaginación. Bienvenida la olvidada salud mental. ¡Qué viva el Prozac y el Trankimazín!
Me vienen a la cabeza dos frases de nuevo y con reconocida imprecisión: Una de Kierkegaard: En ninguna época se ha sabido tantas cosas sobre el ser humano y tan poco qué es el hombre y la otra de Borges: Llevo más de cuarenta años siendo profesor y he llegado a la conclusión de que es imposible enseñar. Solo se puede transmitir el amor que uno siente por ese algo.
Ahora, en vacaciones, unas excelentes frases para la reflexión. Espero.

Lázaro... se levantó y andó

El primer chapuzón del verano. Las ansiadas vacaciones. Días de asueto, silenciosos y sosegados. Sensaciones de libertad. Fantasías. Horizontes lejanos realmente cercanos.
Quedan dos días para que comiencen… pasan lentos y se tiene prisa. ¡Todo el año esperando… y qué año!
Sube al barco. Lo imaginado ha cambiado y el barco también. Todavía no lo sabe pero por ajustes económicos se ha sustituido una ruta por otra. Ahora cuesta una hora más. El precio también es más largo. Todavía no sabe que van a ser dos horas y además con todo el pasaje de vomitera. La clase Club-nunca he entendido esa palabreja- ni comparación con la de los no se cuántos años antes contando el pasado. La cosa no empieza bien. De momento nada se ajusta a lo esperado y por qué no decirlo tampoco a lo contratado.
Nos sentimos seguros repitiendo, si nada cambia, pero a cada momento las cosas están moviéndose. Quizá a un ritmo que no apreciamos en el presente. Con seguridad lo percibiremos en el futuro y con más seguridad al cruzar los datos en la memoria.
Puede que tenga que ver con algo que leí ayer en Cala Carbó al atardecer, tumbado en una hamaca con colchoneta al borde del mar. Las sensaciones se parecían mucho a la felicidad. No se porqué a última hora, decidí traer- para volver a leer- a Lázaro de Tormes. Fue seguramente una intuición. La inteligencia del inconsciente. De pronto, en ese entorno, les recuerdo, encontró o encuentro estas geniales palabras:
“… mi madre vino a darme un negrito muy bonito, el cual yo brincaba y ayudaba a calentar. Y acuérdome que estando el negro de mi padrastro trebajando con el mozuelo, como el niño vía a mi madre y a mi blancos y a él no, huía de él, con miedo, para mi madre, y señalando con el dedo decía: “¡Madre, coco!”. Respondió el riendo: “¡Hideputa!”.
Yo, aunque bien mochacho, noté aquella palabra de mi hermanito y dije entre mí:
“¡Cuántos debe de haber en el mundo que huyen de otros porque no se ven a sí mesmos!”.
“Quedame” estupefacto conforme iba leyendo. Sobre todo, pensando que el libro se publicó a finales del S. XVI.
No quieran que a estas horas les explique el paralelismo entre las vacaciones y ésta historia. De eso, estoy seguro, ya se encargará su mente peliaguda. Reconózcame, al menos, que tiene su cosa.
Entonces recordé que solo se vive una vez. Y algunos dicen que se hace corta…

Al llegar, le esperaba en el hotel un buen amigo y muchos recuerdos de tantos años de rituales contrastados: nuevo barco, nuevo hotel, nuevo amigo, vieja maleta llena de viejos recuerdos y nuevas circunstancias. Todo va cambiando mientras respiramos… sin darnos cuenta.
Estupenda cena en la Brasa y muy grata sesión de música en directo en el Teatro Pereyra. No hay cambios en el disfrute aunque el único músico que repite es la batería. Dos saxos- tenor y alto (también voz)-, voz y guitarra acústica, guitarra eléctrica, teclados y piano. Consiguen que se mueva el cuerpo a sus ritmos.
Me cuenta Núnú que está enamorada. No me sorprendo, sus ojos, sus sonrisas y sus movimientos la delatan. Es muy hermoso conocer lo desconocido, sobre todo cuando no conoces casi nada de alguien que conoces hace algunos años. Gusta ser reconocido, cuando uno vuelve cada año, aunque como Ulises nunca llegues del todo. Se agradece lo humano entre tanta decadencia. Gracias Núnú.
Seguramente todos esperamos unas vacaciones permanentes que nunca llegan. Quizá creemos que podrían existir. Pero como dijo alguien muy listo: “Nada puede existir sin su contrario”. No se pueden disfrutar de las vacaciones si no se trabaja en todo el año.
Vuelvo a preguntarme por qué desde hace muchos años repito este viaje, con algunos intervalos, necesarios supongo.
Cada año vuelven los mismos sentimientos pero siempre hay algo distinto que genera nuevas emociones. Creo que por eso vuelvo. Es quizá la magia de esta isla. O la mía…
¡Lázaro: Levántate y anda!
Y anduvo sobre las olas, sobre la arena, sobre las piedras, sobre las notas, los cubatas, sobre los barcos, sobre los vómitos, sobre las risas, el sol y la luna.
Sobre todo aquello que se necesita o se cree necesitar.
El mundo lo mueven las emociones y las emociones siempre encuentran un motivo: ¡Anda y busca el tuyo!
Salud

lunes, 4 de agosto de 2008

Más loco que una cabra

Siempre, desde muy niña, había sentido una atracción especial por la gente rara. Tuvimos muchas conversaciones sobre éste asunto a lo largo de los veintiséis años que habían pasado desde que nos conocimos. Yo le preguntaba: ¿Qué es ser raro para ti? Y ella casi siempre me contestaba con una sonrisa cómplice, muy cómplice. Una vez hasta saqué el diccionario y le leí la definición: “Extraordinario, poco común o frecuente.” Ella reía y reía como si de un chiste se tratara. Le pregunté-un poco molesto-si le atraía la gente diferente. Ella seguía sin contestarme. Lo más cerca que conseguí estar de una respuesta fue ese día. Me dijo algo así como: Sí, eso… con… algo más… Parecía que no alcanzaran las palabras para definir lo que sentía.
Cada año, dos o tres veces, volvíamos a retomar el tema. Se trataba de ahondar hasta encontrar las palabras precisas.
Hablamos muchas veces del valor del conocimiento, de la influencia que tenía en cada uno de nosotros la aprobación de los demás, de la intensidad de los condicionamientos provenientes de la familia y los entornos más cercanos. Y los menos.
Todo nos llevaba a la autoestima, a la perspectiva de la propia mirada ante: las ilusiones, la debilidad, la frustración, el dinero, el éxito, el fracaso, la decrepitud o la muerte…
Hablábamos del mestizaje, eliminado las conclusiones puras. Decíamos todo es compuesto y quizá por ello complejo. Nos daba miedo tanta complejidad y nos emborrachábamos hasta que todo quedaba vacío de nuevo. La desinhibición y el dolor de la resaca se encargaban de conseguirlo. En los momentos previos la sensación era la de no saber nada, absolutamente nada, y la emoción, estar perdidos, completamente perdidos ante todo lo que sucedía por dentro y por fuera.
Todo el cuerpo se tensaba, se respiraba con una leve dificultad y no existía un horizonte claro, la niebla lo inundaba todo más allá de una expiración. El miedo, digo mejor, el pánico, recorría los órganos más sensibles y todas las emociones que se conectaban con la pulsión vida quedan aletargadas o desaparecían. Así me lo explicó durante años. Yo me quedaba ensimismado, enganchado en una profunda reflexión. La sentía infinita como ella. De alguna manera teníamos que cortarla. Una vez, recuerdo, corrimos y corrimos hasta quedarnos sin respiración. En aquel tiempo podíamos hacer cualquier cosa siempre que consiguiéramos cambiar ese sabor a nada que invadía dos mentes llenas de todo. Hasta cosas que no les puedo ó no le quiero contar.
En unos de esos momentos ebrios me confesó un secreto. Algo que nunca había contado a nadie. Entonces no le di importancia. Son demasiadas las veces que no sabemos escuchar o ver o entender, comprender o aprehender. Captar la sensibilidad ajena es como querer cazar mariposas con las manos. Quedarse quieto y contemplar- escuchar es la mejor o quizá la única técnica eficiente.
Hace poco menos de un año todo explotó. Reventó el muro de contención de la presa y un gran desbordamiento de vísceras y fluidos recorrió ese mundo construido por los dos a lo largo de los años. De pronto y de una forma brutal fue cómo si uno y quizá el otro, por primera vez, pudiéramos ver la realidad sin un ápice de fantasía. Como si las palabras que no alcanzaban nunca a describir lo sentido súbitamente aparecieran con precisión matemática. Con tal impresión sobre el alma- si la tuvimos- que dejaría corta la incisión de un carnicero en la yugular del animal hasta completar todo el proceso hasta ser descuartizado.
Una locura, la vida a veces es una gran locura, incomprensible e imprevisible. O imprevisible y por lo tanto incomprensible.
Fue la última vez que nos comunicamos con palabras. La última vez que conseguimos de nuevo no poder escuchar y no poder comprender. La última borrachera.
A la mañana siguiente, y a la otra y a la otra y a la otra… y… El intenso dolor de la resaca nos devolvió otra vez al sosiego de la nada. No vaciamos como siempre. Pero esta vez para llenarnos algo de nuevo y no de lo mismo. Algo en lo más profundo de la niebla cambió, quizá un pasillo de luz hacia una nuevo camino.
No vayan a pensar que hablo desde la fantasía, sino desde la realidad del aprendizaje, desde la verdadera experiencia: Crecer: la capacidad de cambiar lo que parecía imposible. Tantas cosas posibles que aprendemos a vivirlas como imposibles.
Durante todos esos años nos sentimos gente rara y nos atraían- a mí también- las personas que por una cosa u otra pertenecían a la misma especie. Entonces no sabíamos que no hay especies (puede que hoy tampoco).
Buscábamos la diferencia para alimentar el amor propio, o mejor, el odio propio. Probablemente porque nunca fuimos los que quisimos ser, tampoco fuimos los que querían(o imaginábamos que querían) que fuéramos, ni lo seremos nunca. Quizá por la imposibilidad humana de alcanzar el ideal y no querer darnos cuenta de tan sencilla verdad.
Locos como una cabra. Todavía hoy tiene una gran importancia…
Respirar el aire de los sueños.